5 years ago

No Eres la Chica de mi Sueños - Minicuento Parte III

No Eres la Chica de mis Sueños:

Mentiras sin saber por qué


Respiré en un intento por controlar mis nervios.

Vamos, tú puedes hacer esto.

Miré dentro de la habitación y encontré a Oliver. Solo. Siempre solo en este enorme anfiteatro. Sequé las palmas de mis manos contra el pantalón y hablé: —¿Puedo pasar? — miré con nerviosismo y mordí la parte interna de mi mejilla.

Di que sí.

Giró al ser tomado por sorpresa, pero sin perder su aire de chico engreído y fastidiado. Asintió con la cabeza y volvió a dibujar.

¿Quieres hacerte el difícil, cierto?

Deliberadamente caminé hasta sentarme frente a él, en silencio, y ni me miró. Pensé en darle espacio antes de hablar, pero la curiosidad picó en mis ojos y traté de ver su dibujo.

Cerró el cuaderno de golpe.

—¿Qué es lo que se te ofrece, rojita? — preguntó despectivamente.

Cálmate, Verónica, solo dilo.

Miré directamente a sus profundos ojos turquesa y suspiré: —Lo siento.

Su usual irritación se volvió curiosidad y una pequeña sonrisa se escapó de sus labios.

—¡Vaya! Siempre me gusta verte tragar tu orgullo, no lo dudes, pero... ¿Qué es exactamente lo que sientes?

—Lo que pasó en el corredor; estuvo muy mal lo que te dije. Lo siento. — Vi un gesto de suavidad en sus ojos, muy breve y pequeño, pero lo vi.

—No fue nada.

—Si que lo fue, estabas siendo dulce conmigo y lo arruiné.

Rió secamente y contestó: —No estaba siendo dulce porque fueras tú, estaba siendo dulce porque te desmayaste frente a mi taquilla y no me dejaron quitarte de ahí, así que tenía que despertarte. — Sentí mis mejillas encenderse. No voy a intimidarme. Alcé la mirada, no voy a arrepentirme.

— De igual forma me ayudaste, así que gracias.

Lo vi tomar sus cosas dispuesto a irse. Me levanté rápidamente y lo sujeté por el brazo.

— Oliver...— miró mi mano con asco y se soltó. No me quedaron ganas de volver a detenerlo. La frustración creció en mi cuando lo vi marcharse y no podía hacer nada, estaba fracasando nuevamente y todo lo que quería preguntar era...—¡Por qué me odias! — grité antes de darme cuenta. Su mano se paralizó en el pomo de la puerta y se giró despacio.

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—¿De qué hablas?

¿En serio preguntaba eso?

Inevitablemente fui yo quien se rió secamente esta vez.

—¿En serio lo preguntas? —gruñí y vi como mis palabras lo afectaron. — En la cafetería, en la biblioteca o en clases. A donde sea que vaya estarás tu molestándome. Solo... Solo quiero saber qué hice.

Durante los minutos que siguieron, el anfiteatro del instituto fue el lugar más incómodo e inapropiado para tener una conversación como esta. Su mirada ilegible me cubría.

Se adentró más a la habitación y se detuvo justo en frente de mí. Su cuerpo irradiaba hostilidad.

—¿En serio no sabes qué hiciste? —Me preguntó con la voz ronca por las emociones. Negué sin alzar la mirada.

Lo escuché gruñir y tirar sus cosas de vuelta a la mesa antes de sacar su cuaderno de dibujos. Lo sujeto en mi cara y me miró más duro y frío que alguna vez. — Míralo, Verónica, mira todo esto y dime si puedes seguirme mintiendo.

El cuaderno estaba sucio de gráfico, pero se sentía como un tesoro. Lo abrí despacio y el aire abandonó mis pulmones. Tuve que sentarme. Mis dedos trazaron líneas delicadas sobre mi rostro, sobre la Verónica plasmada en el dibujo. Era tan perfecto, tan parecido a mí. Estaba orgullosa. Y me congelé en sus ojos.

¿Azules?

La voz de Oliver me sacó del trance.

—Esa es la primera vez que te dibujé. Tenía diez años y dos soñando contigo. — El tormento surcó sus ojos y tomó aire para continuar. — Fuiste mi mejor amiga. —Confesó con su mirada pérdida en el mismo dibujo que yo. Oliver se estaba dejando desarmar.

—Oliver...

—Jamás volvimos a vernos, pero yo no te olvidé. — Sonaba cansado por más que tratara de ocultarlo. — Tengo los mismos sueños desde entonces, siempre tú. Hablándome. Nunca recuerdo lo que me dices, pero eres todo lo que veo cuando cierro los ojos desde hace nueve años.

No era capaz de sacar mi vista de las páginas. Era yo. De mil maneras distintas, pero era yo. La ansiedad caló mis huesos. Esto no puede ser posible, no debería. Está mal... Pero...

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Se desplomó en frente de mí y vi sus manos volverse puños.

—Nos conocimos en este instituto. — Le dije, porque mi cerebro y sentido común me decían “miente”.

Percibí su indignación como si no pudiera crecer la clase de monstruo que era.

—Mientes.

Sé que lo hago, pero no sabes por qué.

—No. — miente mejor. — Oliver, no es que no te crea. Quiero que sea cierto. — Miré sus ojos tratando de no llorar con lo que estaba a punto de decir. — Pero no tiene sentido.

Alcé el dibujo número trece y lo señalé, era yo, era mi rostro riendo. Me miró con impotencia, pero no me interrumpió.

Si me conociste hace nueve años, ¿es posible que siga siendo exactamente igual que a esta edad? No habría cambiado nada. Es humanamente imposible.

Hipócrita, pensé. Perdóname, por favor, perdóname.

El aire se escapó de sus pulmones y me miró con asombro, sé que jamás contempló ese detalle. Su mirada rota llegó a la mía como si fuera un espejo, su cara descompuesta me dio como un golpe directo a mi alma. Pero, sorprendentemente, volvió a convertir sus fracciones en piedra.

—Tú... ¿no eres ella? — me preguntó negándose a creer en la lógica, su voz sonó rota, decepcionada. Y, asombrosamente, nada de esas emociones llegaban a su rostro.

Bajé mi vista a mis manos sucias de grafito y negué. No esperó un segundo más y tomó sus cosas, solo lo miré sin decir nada. Yo también necesitaba estar sola.

Se detuvo por segunda vez y me dijo sin girarse: —Lo siento. — Susurró.

La comisura de mis labios se elevaron en una torpe sonrisa de pena.

—¿Eso quiere decir que estamos en paz?

Sus hombros se tensaron.

—Estamos en paz. —Dijo al mismo tiempo que salía azotando la puerta.

Solo pude sentirme bien de saber que no se giró en ningún momento, de esa forma nunca notó mis desesperadas ganas por decirle lo que en realidad pasaba, mucho menos de las lágrimas que acababa de empezar a soltar.

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Infinitas gracias por leerme. Siempre será un placer para mi ser leída por ustedes. Recuerden darle like y comentar si les gustó. Hasta pronto. Besos.


Lo que necesitas leer para seguir este minicuento:
En Algún Lugar - Minicuento
Cuando la Chica Caliente Regresa - Minicuento
El País de los Corazones Rotos - Minicuento Parte II

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